Carmela ordena su maleta. Mientras mi mochila permanece
erguida, quieta en el suelo de la habitación. Fuera el ladrido de unos perros
retan a un sol implacable.
El peso vence a la mochila, la trepa en el suelo. Silenciosa
y sumisa espera otros cuanto de kilómetros. Viaje de vuelta.
Hace años que me acompaña.
Tánger, Melilla, Nador, Barcelona, Lisboa, Amsterdam.
Tan afortunada como yo, luce en su piel magulladuras de mis
llantos, de mis risas.
Sabe guardar mis secretos.
Dependencias rebosantes de vasijas, de lebrillos, de
espejos, de candelabros… todo vale.
Techos de madera tallada, techos de pinturas emulando a
frescos míticos en el tiempo.
Cuevas revestidas de piedra.
Y agua, y flores, y un sin fin de objetos que la hace
peculiar.
Su dueño, un hombre mayor no deja de pregonar el encanto de
su casa.
Una casa hecha museo.
Vehiculamos hacía Baños de la Encina.
Nacional 322.
Rus, Canena, en mi recuerdo siempre van de la mano.
Embalse de Giribaile. Osado irrumpe entre el mar de olivos.
Estación de Linares-Baeza.
Recuerdos de mi niñez. De mi adolescencia. Recuerdo de
adulto no tan lejanos.
Siempre con la
Sierra de Cazorla en mi mente.
Parada obligada en mis visitas a tan bello lugar. Antiguos
trenes desde Córdoba.
Ruta en el camino hasta Úbeda.
Adolescencia, desayuno en mis viajes en moto hasta la
sierra.
Ahora otra vez.
Ahora en la fachada un flamante luminoso de Adif, sustituye
al vetusto cartel de la Renfe.
Un viejo chimeneón al paso por Linares, luego otro y otro, y
otro más.
Plomo arrancado de las entrañas de la tierra.
Más tarde Santana Motor.
Años gloriosos.
Por fin Baños de la Encina.
Resistencia morisca.
Paisaje de postal.
A izquierdas en el horizonte el castillo morisco y su
derecha, muy cerquita, la torre de la iglesia.
Burch Al Hamman y Santiago Apóstol, condenados de por vida a
estar juntos el uno del otro.
El uno de arcilla, cal, arena y piedras pequeñas. Catorce
torres.
La otra, gótico y renacimiento, todo en una.
Tintineo de cencerros cerca de la loma del castillo, adornan
el silencio.
Las vacas pastan buscando la sombra.
Al frente el macizo que esconde Cazorla, Segura y Las
Villas.
A izquierdas Sierra Morena se alarga, se trasforma una vez más.
Despeññaperros.
Desde el mirador se respira paz. El único Dios verdadero.
Toca bajar a pie.
Calles empedradas, fachadas de piedra, forja refinada.
Casas señoriales.
Olor a leña de olivo quemado. Lo inunda todo.
El olivo.
Vehiculamos hacía casa.
Tras un café a los pies de Montoro, volvemos a La Campiña.
Trigo y olivo.
¡Suerte! Un ave rapaz vuela bajo y consigue su premio.
En sus garras arrastra algún ratoncillo despistado.
Más castillos.
Al alcance Espejo, a lo lejos Montermayor.